martes, 29 de marzo de 2016
Día X
Era compulsiva de los pies a la cabeza.
Bailaba todas las noches con cada hueso de su cuerpo, fumaba hasta quedarse sin aliento y bebía vodka
como un marinero ruso.
Y al día siguiente, se levantaba, sonreía, salía a trabajar y tomaba café. Compulsivamente, claro.
Siempre iba a corriendo de un lado para otro, se saltaba cada semáforo que se cruzaba en su camino,
chocaba contra todos los peatones y siempre saltaba dentro del metro después del tercer "pi", al límite,
compulsiva, como solo ella sabe serlo.
Volvía a ser de noche y otra vez se vestía y maquillaba corriendo, quemaba la pista de baile, fumaba,
bebía, reía y volvía a su cama.
Vivía a 120 kilómetros por hora, viajaba cada vez que podía y se perdía siempre que viajaba.
Lloraba, compulsivamente, algún que otro martes y se rompía tan rápido como se reconstruía.
Y amaba, se amaba a sí misma como nadie jamás la había amado y como nadie jamás la amaría.
Compulsivamente.
Tenía tantas ganas de vivir que se agarraba a cada segundo que pasaba por su lado como si fuera
el último.
A veces la envidio, envidio su locura, su fuerza y su compulsividad.
Otras veces me miro al espejo y vuelvo a verme ahí, amándome.
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