Me da miedo pensar en todo lo que nunca podrá ser. Porque no quisiste, porque no te dio la gana,
porque te rendiste.
Acabo de darme cuenta de que los últimos meses solo yo luchaba por querernos, y eso es
un desperdicio de energía, cariño. Porque tanto en el amor, como en la guerra, dos no se
quieren si uno no sabe querer.
Y yo te quise, vaya si lo hice, con todo mi corazón. Y probablemente te siga queriendo
eternamente con lo que aún queda de él, porque te has llevado gran parte; pero se acabó.
Gracias, supongo, por enseñarme que soy mucho más fuerte que tu, incluso cuando solo quería
que me salvaras de la tormenta y decidiste dejar en mi pecho todos los huracanes del mundo
antes de huir.
Y suerte, ojalá encuentres a alguien que quiera tus manías, tus malas miradas, tus guerras mundiales
sin sentido alguno, tus silencios atronadores y tus caras de desaprobación cada vez que me
lanzaba al vacío y decidía actuar cada doce milésimas y media de segundo.
Y si lo encuentras, ojalá también sepas mostrar tu lado bueno, aquel que solo sabía ver yo;
tus confesiones a media noche, las miradas sinceras cargadas de remordimientos, los besos
interminables que a veces traían consigo el efecto mariposa, las risas maratónicas por razones
que ya ni recuerdo, los paseos sin rumbo que terminaban bajo mis sábanas y los abrazos que
sabían curarme el alma.
Que te vaya bonito, a mi ya me va, y con eso me basta. Porque lo cierto es que el tiempo que
pasamos juntos nunca fui, solo estaba.
Y el que diga que ser y estar es lo mismo, no sabe una mierda del amor;
no sabe una mierda de la vida.
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