La primera vez que cruzaste el cerco de
mi puerta lo vi.
Con palabras de Luis Ramiro: no te
hablé en aquel bar por llevar dos copas de más,
fue por llevar un
corazón de menos.
Estabas allí plantado, con la sonrisa
del que no teme a la muerte y con toda la vergüenza
que a mi siempre
me ha faltado; y el corazón en la mano.
Hecho trizas.
Y yo frente a ti, mordiéndome el labio
superior, con el pecho hueco
y las piernas temblorosas.
Deseando un
aquí te pillo, aquí te vivo
(porque ya nos habíamos matado
suficiente en el pasado, y ambos nos merecíamos algo mejor)
Aquella noche vimos las estrellas, nos
prometimos la luna, el mar y el futuro.
Aquella noche yo era Perseide y tu
estabas dispuesto a seguirme hasta los confines del universo,
y beberte todas y cada una de las lágrimas que me había dejado Lorenzo.
Aquella noche hicimos arder Troya; y
aún estando en llamas seguía siendo hermosa.
Aquella noche tu eras Ulises y yo juré
protegerte en todas tus Odiseas
y hacerte el protagonista de cada una
de mis Ilíadas;
aún sin ser la mitad de santa que Helena,
ni la
mitad de fuerte que Andrómeda.
Pero soy Perseide, y puedo con mi
universo y el tuyo si me lo propongo, cielo.
Pues he matado a más de mil hombres que se dedicaban a dejar de piedra
los corazones de chicas con solo una mirada.
La primera vez que cruzaste el cerco de
mi puerta lo vi:
Jamás me harías daño, porque estabas
tan roto como yo.
Y aquella noche decidimos plantar un
jardín en cada una de nuestras grietas.
Así, cada vez que una
lágrima recorriese nuestras mejillas serviría
para regarnos las
enredaderas y volver a desrompernos el corazón;
y no solo para
(des)ahogarnos.
Aquella noche llevaba dos copas de más, y me alegro por ello.
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