lunes, 13 de agosto de 2018

Día XXXV




La primera vez que cruzaste el cerco de mi puerta lo vi.

Con palabras de Luis Ramiro: no te hablé en aquel bar por llevar dos copas de más, 
fue por llevar un corazón de menos.

Estabas allí plantado, con la sonrisa del que no teme a la muerte y con toda la vergüenza 
que a mi siempre me ha faltado; y el corazón en la mano. 
Hecho trizas.

Y yo frente a ti, mordiéndome el labio superior, con el pecho hueco 
y las piernas temblorosas. 
Deseando un aquí te pillo, aquí te vivo
(porque ya nos habíamos matado suficiente en el pasado, y ambos nos merecíamos algo mejor)

Aquella noche vimos las estrellas, nos prometimos la luna, el mar y el futuro.
Aquella noche yo era Perseide y tu estabas dispuesto a seguirme hasta los confines del universo,
y beberte todas y cada una de las lágrimas que me había dejado Lorenzo
Aquella noche hicimos arder Troya; y aún estando en llamas seguía siendo hermosa.
Aquella noche tu eras Ulises y yo juré protegerte en todas tus Odiseas 
y hacerte el protagonista de cada una de mis Ilíadas; 

aún sin ser la mitad de santa que Helena
ni la mitad de fuerte que Andrómeda.

Pero soy Perseide, y puedo con mi universo y el tuyo si me lo propongo, cielo. 
Pues he matado a más de mil hombres que se dedicaban a dejar de piedra 
los corazones de chicas con solo una mirada. 


La primera vez que cruzaste el cerco de mi puerta lo vi:
Jamás me harías daño, porque estabas tan roto como yo.

Y aquella noche decidimos plantar un jardín en cada una de nuestras grietas. 
Así, cada vez que una lágrima recorriese nuestras mejillas serviría 
para regarnos las enredaderas y volver a desrompernos el corazón; 
y no solo para (des)ahogarnos.






Aquella noche llevaba dos copas de más, y me alegro por ello.

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